El consumo y la conciencia

El ejercicio del dominio directo sobre el actuar del hombre o la mujer mediante la coerción, sea a nivel de masas o de núcleos cuyos lazos de parentesco los une, parece ser la práctica común de aquéllos que ostentaron el poder político y el cetro familiar desde el inicio de la Historia hasta nuestros días, en los que aún se observa dentro de algunas fronteras formas de dominio a la usanza del Medioevo.

Cuando se trata del comportamiento del individuo de una sociedad moderna y los eventos que le acaecen dentro de ella, es consabido que cualquiera se encuentra imposibilitado de controlar en su totalidad las circunstancias que le proveen algún influjo a su conducta. Para ello, el sujeto se vería obligado a manipular a gusto y antojo el origen o las causas de las relaciones entre los integrantes de determinado grupo social, interacciones que asimismo están fuera de su capacidad de control, puesto que éstas no son reacciones generadas exclusivamente de su existencia, sino, además, de otras.

En la medida en que el avance científico-técnico se produce, las formas de dominio evolucionan. En lo que atañe a la propaganda de los diversos medios de comunicación que alcanzan a las masas, a la vez que se les reconoce sus bondades inherentes (como la de reducir el tiempo de las distancias, entre otras) también genera cambio en el comportamiento del individuo y su actitud, consciente o no, frente a sus similares.

La propaganda mediática actual, proponiéndoselo o no, establece nuevos estándares sociales. Así, en una pantalla de televisor, reconocemos en ella a un matrimonio feliz al adquirir una deuda o un hijo llamado al triunfo al hacerse de un nuevo automóvil. Además, el mensaje transferido al subconsciente colectivo crea un nuevo sentir al alcance, ya no de unos pocos privilegiados, sino de un creciente número de seres dentro de la escala social: darse a conocer y ganarse un lugar dentro del conglomerado por las posesiones obtenidas.

Por otro lado, los grupos más favorecidos que se dejan atrapar por el octópodo animal de la publicidad que compite contra los paisajes en las carreteras, estimulan en su medida cierto consumo. En un determinado sector, el consumo acarrea consigo un matiz sicológico en cuanto provee al poseedor de una razón para olvidar las limitaciones de las que padece cuando se hace uso del bien o servicio recién adquiridos, y lo más interesante, que los “diferencia” de los demás, consumándose el hecho, pues, en un total enajenamiento.

Se observa entonces que la postura que se adopta al definir una actitud, indefectiblemente causa la etiquetación y, por tanto, la localización del sujeto dentro del rompecabezas de las relaciones humanas.

No obstante, sirviéndonos una vez más de los referidos grupos sociales privilegiados, a quienes la sociedad tradicionalmente, como es entendido ya, les reconoce liderazgo por sus patrimonios, también se complacen en acoger una actitud que se justifica en hacer todo lo contrario de lo que se les espera: acaudalados usando agujereados y envejecidos vestidos; individuos con acceso a centros de estudios exclusivos evitando intencionalmente la matrícula…

El hombre, pues, desemboca en un juego de actitudes como reacción frente al arsenal publicitario de bienes y servicios, que comienza a alimentar una especie de contra-cultura, donde éste experimenta ser un símbolo de algo o de nada. Cada quien…