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CALCOMANÍAS DE LA VISIÓN INDIVIDUAL DEL MUNDO Y LA VIDA



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Reimaginemos el fin

Hay ocasiones en que la visualización de ciertas imágenes puede incitar al individuo a intuir o a imaginar todo un probable conjunto de sucesos causales que permitiesen explicar para sí un fenómeno diagramado, sea sobre un lienzo, sobre una pared o sobre la piel misma, creando un significado propio, resultado de la deglución y digestión del contenido ideográfico reclamado: lógico (desde el Hombre), referencial (para el Hombre) y multivalente (al fin de cuentas, lenguaje).

Pongamos, por ejemplo, una pintura cualquiera de un pintor más cualquiera: el espectador, sugestionado, asume su postura y trata de ofrecerse de ese polígono cromático un significado, desde su experiencia y a partir del nivel de percepción que logre de la probable circunstancialidad que ha llevado al autor a la elaboración de los trazos articulados con el objeto de mostrar un "algo" a un "alguien"; constituyendo esto el modelo elemental del mecanismo de interpretación de lo que, en su fin, pueda representar el código sugerido.

Bien. Aterricemos. Llevemos a cabo un ensayo. Fabriquemos una sucesión de imágenes. Para este caso, experimentemos con el proceso mental: hagámoslo distinto, heterodoxo. Comencemos a la inversa, a la menos uno, pero antes definamos los utensilios para elaborar el esquema: geometría elemental, lógica también elemental (primatológica), caprichos dialécticos y ganas de no dormir. Primero, escojamos el polígono a imaginar: acaso un rectángulo nos conviene un poco más, una forma platónica que acusa el relato, la tira cronológica (pero no nos adelantemos...). Segundo, dispensémonos un ambiente sugerido por la escala y la intensidad de los colores: digamos, aquéllos que involucren al fuego, al crisol (con esto se logrará sugerir -como carta deslizándose bajo la puerta- el "efecto Dante" de la hoguera infernal -postulando así, de a rebote, el sentimiento de culpa que los religachos podrán atruibuirse). Tercero, proveámonos de una atmósfera, digamos, hostil para justificar la tensión sicológica general a proponer. Por el momento hemos conseguido la envoltura, pero no el relleno. Prosigamos. Busquemos una trama que cuadre con lo anteriormente presupuestado: que asuma su tarea según el occidental fluido temporal (con flashes de anacronismo como recurso de un seudo collage), que se muestre incinerante y a nivel de síntesis, que esté limpia de romanticismo y atiborrada, eso sí, de epistemología barata, darwinismo gratuito y bisutería determinista: la Historia Universal. Cuarto, un protagonista: el Hombre. No olvidemos satisfacer al espectador y su paranoica afición por las moralejas y los mensajes cifrados: ¿qué nos parece el apolillado tema del sentido (último, exclusivo) de la vida? Para encajar con la teoría en boga de Terry Eagleton que reformula a Marx: la felicidad -bienestar- conceptualizada como el cabal desarrollo de cada sujeto como condición del desarrollo cabal de todos, nos parece trabajable ¿no? Bueno. Para la crítica fanática de la cábala y para los amantes
en general de las criptografías de a penique, se les propone, también, una hipótesis subliminal: pensemos en una reformulación russelliana del verdadero sentido de la existencia de la raza humana: materia orgánica que reproduce materia orgánica.
Hasta allí la sicodelia...

Ahora, agitemos el cubilete y lancemos los dados. ¿Qué obtuvimos?

Pues:

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